La carboxiterapia es una técnica muy antigua utilizada para reoxigenar los tejidos dañados (úlcera de la piel, arteritis de los miembros inferiores…). Sus indicaciones, hoy en día, se emplean en nuevos problemas puramente estéticos: el relajamiento cutáneo.

¿En qué consiste la carboxiterapia?

La carboxiterapia es una técnica utilizada desde hace muchos años. En los años 30 fue propuesta como cura termal para tratar los problemas de gangrena, y los daños arteriales y venosos. Desde entonces, esta técnica ha ido desarrollándose, y hoy en día se emplea para combatir el relajamiento cutáneo.

Su principio es muy sencillo y se basa en la inyección de CO2 (dióxido de carbono), un gas que mejora la microcirculación y el relajamiento cutáneo.

El CO2 actúa de dos manera: provoca una distensión mecánica bastante brusca para combatir el relajamiento cutáneo; y mejora claramente la oxigenación de las células. De esta forma, las células de la dermis se vuelven más eficaces (producción de colágeno, de fibras elásticas…).

En función de los efectos buscados, el CO2 puede ser inyectado en dos profundidades diferentes: a nivel de la piel, en la dermis, o en la hipodermis, para tratar la celulitis, puesto que el CO2 disuelve las células grasas.

¿Qué zonas se tratan con la carboxiterapia?

La carboxiterapia se emplea mucho para tratar la parte interna de los brazos y de los muslos, pero también la del cuello, el torso y la zona ovalada de la cara, en donde el resultado es visible mucho más rápido que en las demás zonas.

Pero cuidado, la piel al principio no debe estar completamente relajada. Se aconseja que contengan cierto potencial para reaccionar al CO2 y así obtener una eficaz retracción cutánea.

En ciertas personas, el CO2 ejerce una acción sobre la piel, pero también sobre el músculo subyacente. De esta forma, las arrugas se atenúan y los labios se vuelven a perfilar. Dicho de otra forma, la oxigenación puede afectar a los músculos situados a mayor profundidad.